Imágenes (Parte Uno).
Miedo. Eso es lo que sentía Lumi a cada paso que daba. La incertidumbre de no saber qué le estaba ocurriendo a Smaragdi la estaba carcomiendo por dentro y esa horrible sensación amarga de que no era nada bueno, hacía que su corazón se le encogiera en el pecho.
Dos escasos pasos la separaban de la puerta, notaba la presencia de Arvo justo detrás de ella, pero estaba tan asustada que no le prestó mucha atención cuando él colocó una mano sobre su hombro desnudo. Abrió la boca para decir algo que pudiera tranquilizar a la maga, pero un fuerte gemido de dolor se la cerró de nuevo. Notó como ella se tensaba y oía su respiración acelerada, aumentó la presión que ejercía sobre su hombro y un nuevo gemido se hizo audible. Lumi se deshizo del tenue agarre de forma brusca y salió corriendo hacia la puerta, con manos torpes, la abrió y entró muy lentamente, aterrada de ver lo que había en su interior.
Arvo se quedó clavado en el suelo y de reojo vio como Adam se situaba a su lado, éste le miraba fijamente, en sus ojos podía verse una mezcla de preocupación y comprensión.
—Smaragdi… —logró pronunciar Lumi cuando entró en la cocina y vio a su amiga tirada en el suelo. Su habitual e impoluto pelo negro estaba manchado de su propia sangre, de su oscura nariz corría un hilillo rojo y sus enormes ojos verdes estaban abiertos, en ellos se podía apreciar cuan asustada estaba, los movía en todas direcciones con desesperación, mirando sin ver.
—Smaragdi —volvió a llamar ella, pero la kissasuuri ni siquiera se inmutó.
Lumi dio un paso hacia ella, cautelosa, en sus ojos se agolpaban montones de lágrimas cristalinas que luchaban por salir y su corazón latía desbocado. Se agachó junto a ella y soltó un grito cuando Smaragdi comenzó a convulsionarse de forma violenta, de su boca salían agónicos gruñidos y más sangre. La maga, en un intento de calmarla, colocó una mano trémula sobre su vientre y, al hacerlo, notó como una cálida humedad la invadía, y casi de forma inconsciente, la separó de su agitado cuerpo para observarla de cerca. Con horror vio que estaba manchada de sangre. De su sangre.
Miró hacia donde se encontraba la cabeza de su compañera, estaba recostada contra el duro suelo de madera, rodeada de un enorme charco de sangre. La morena no pudo contener más sus lágrimas y éstas se resbalaron por sus mejillas de forma apresurada, se sentía tan impotente. No se imaginaba una vida sin Smaragdi, tenía la certeza de que si moría, ella no aguantaría vivir.
Valo se apresuró a la cocina, a pesar de que Ikonen le había dicho –más bien ordenado– que no se levantara de la cama. Pero no podía ignorar aquellos extraños quejidos. Cuando llegó al pasillo, que estaba elegantemente decorado, se sorprendió al encontrar a sus hermanos en medio, rígidos.
—¿Qué ha pasado? —Nada. No obtuvo respuesta por parte de ninguno—. Arvo —el rubio giró el rostro y le mostro el perfil izquierdo a su hermana—. ¿Qué pasa?
—No sé.
Y volvió a mirar al frente, como si su cara estuviera atraída magnéticamente por la cocina. Valo, molesta, pasó por el hueco en el que no estaban sus hermanos y se adentró en la estancia con paso decidido.
—Lumi, ¿qué… —las palabras murieron en su garganta cuando sus ojos se posaron en la maga y en Smaragdi. Lumi levantó la cabeza lentamente y fijó sus ojos, que estaban rojos a causa del llanto, en los de la joven; la tristeza que halló en ellos hizo que un nudo se formara en su pecho. Smaragdi volvió a convulsionarse y golpeó la pata de la mesa con agresividad, la maga giró la cabeza con rapidez y Valo entrecerró los ojos, buscando una forma de ayudarlas, en vano. Miró a Lumi y, recordando sus palabras, se imaginó lo que se sentiría al perder a una parte de ti, acababa de perder a sus padres, pero su dolor no era comparable con el de ella y eso hacía que Valo se sintiera extrañamente mal. Con una extrema lentitud, la chica rubia se agachó junto a la kissasuuri y con temor, posó una mano sobre ella. Notó su cálida piel y su suave textura y un escalofrío la recorrió de pies a cabeza, Smaragdi ya no se convulsionaba, ni siquiera se apreciaba un pequeño temblor en su cuerpo. Sorprendida, miró a Lumi, que tenía la cabeza gacha y respiraba lentamente, hipando de vez en cuando debido al llanto, sus mechones negros caían sobre su cara como si fueran una cascada y se adherían a su húmedo rostro, Valo volvió sus ojos azules hacia Smaragdi, apenas respiraba haciendo que la muchacha se pusiera nerviosa. Presa del pánico y de la desesperación al notar como la respiración de ella se hacía más tenue, Valo colocó su otra mano en Smaragdi y, sin saber con exactitud lo qué estaba a punto de hacer, comenzó a murmurar una serie de palabras en una lengua que no conocía, cerró los ojos con fuerza, concentrándose al máximo en su tarea, y aumentó la presión que ejercían sus manos. No sabía con exactitud cuánto tiempo estuvo en esa posición, pero se detuvo al oír una profunda voz resonar en su cabeza.
Valo…
La aludida abrió los ojos de golpe y se separó de Smaragdi, respiraba acompasadamente y su larga cola se movía de arriba abajo.
Valo…
Desorientada, miró en todas direcciones buscando al dueño de la voz, pero en la cocina solo estaban ella, una destrozada Lumi y la kissasuuri.
—Lumi —la maga levantó la cabeza con una extrema lentitud y posó sus ojos sobre los de Valo, haciéndola estremecer. Tragó saliva antes de hablar—. ¿No has oído… una voz?
Lumi abrió los ojos de forma desmesurada y miró a Smaragdi, se llevó una mano al pecho y una sonrisa rota empezó a formarse en su rostro. La rubia no entendía qué pasaba y se extrañó aún más cuando Lumi se acercó a ella arrastrándose por el suelo.
—Valo… tú… tú las has salvado —hizo una pausa y se puso en pie—. Tú has salvado a Smaragdi.
—¿Qué? —Exclamó Valo contrariada—. Yo no he hecho nada.
—Sí lo has hecho. ¡Smaragdi está viva gracias a ti!
—Pero cómo va a ser gracias a mí. Si ni siquiera sabía qué le estaba pasando.
Smaragdi empezó a moverse y ambas chicas la miraron con intriga, no se convulsionaba, intentaba ponerse en pie. Valo estaba a punto de decir algo cuando Lumi se tiró sobre Smaragdi, haciendo que sus esfuerzos por levantarse fueran en vano.
—Estás bien… —murmuró con la voz rota, mientras se aferraba a ella con fuerza—. ¡Estás bien, Smaragdi! ¡Valo te ha salvado!
—Yo no he hecho nada, Lumi… —dijo la chica azorada.
Sí lo has hecho, pequeña —la voz de Smaragdi sonó cansada en sus mentes y Valo reconoció la voz que había escuchado antes—, tienes un poder que desconoces, Valo, aprende a usarlo y utilízalo bien.
Arvo irrumpió en la cocina de forma brusca, en sus ojos podía leerse la preocupación, Valo miró detrás de él y vio a Adam y a Ikonen, nerviosos.
—¿Qué pasa? —Arvo miró a su hermana pero no dijo nada—. Me estás asustando.
—Tenemos que irnos.
Silencio.
—¿Estás loco? —Dijo Valo—. Smaragdi no puede moverse. Por si no lo sabías, casi muere hoy.
—Hay algo fuera, Valo. Tenemos que irnos, es peligroso.
—Pero…
Estoy bien, jovencita —Smaragdi intentó ponerse en pie con dificultad con la ayuda de Lumi—. Si tenemos que irnos, lo haremos.
—¿Qué es, Arvo?
—No lo sé. Aleksi lo ha oído. Será mejor que os deis prisa, nosotros cogeremos cosas que puedan servirnos y ensillaremos a los caballos.
Arvo salió de la cocina y subió a la parte de arriba, Adam le siguió y Aleksi se quedó parado mirando a Valo fijamente, haciéndola sentir incómoda y violenta.
—Iré a ensillar a los caballos —anunció poniéndose en pie, miró a Lumi que asintió mientras susurraba algo que Vale entendió como un hechizo curativo y salió por la puerta—. Ikonen.
—Hawke.
—Vamos a ensillar a los caballos.
Él la miró durante unos instantes, quería negarse, podía ser peligroso, pero se contuvo, no quería hacer el idiota delante de ella.
—Está bien, Hawke —dijo con su tono más amargo—. Sígueme.
Valo siguió a Aleksi por su casa hasta que llegaron a una pequeña puerta vieja, él la abrió, con cuidado de no hacer ruido y se adentró en ella, haciéndole un gesto con la mano a la chica para que también entrara. Una vez dentro, Valo reconoció el olor de la paja y el de los animales, Aleksi fue a por una silla y unos arreos y se los tendió a la chica con malas formas, haciendo que ella casi se cayera al suelo.
—Idiota… —masculló entre dientes Valo. Miró lo que le había dado y lo reconoció como suyo, buscó con la mirada a Nougat hasta que dio con él. Se acercó y empezó a ensillarle. Aleksi empezó a ensillar a un precioso caballo negro, pero murmuró algo que la chica no entendió y se acercó al que estaba por detrás de Valo, poniéndola nerviosa. Sus manos temblaban ligeramente y no podía pensar con claridad, le oía pero no le veía y eso no le gustaba nada. El temblor de sus dedos era tan grande, que no podía hacer nada y se puso más nerviosa cuando notó su respiración detrás de ella, su aliento lamía su nunca haciéndola estremecer.
—Eres una inútil, pequeña Hawke —escupió él con desprecio devolviendo a Valo al mundo real; enfadada, resopló y decidió ignorarle, pero oyó una pequeña risa por su parte.
—¿Por qué no te mueres? —Dijo con fingida amabilidad—. Nos harías muy felices a todos.
Aleksi no le hizo caso y fue a por otra silla para ensillar a otro caballo, Valo, cuando terminó con el suyo, fue al lugar en el que estaban las sillas, cogió una y fue hasta el caballo restante. Con torpeza comenzó de nuevo con su labor y cuando acabó, se fijó en Aleksi, el cual la estaba mirando fijamente.
—¿Qué miras, estúpido? —Valo empezó a caminar hacia la puerta, mirándole con enfado. Aleksi se limitó a encogerse de hombros y a sonreír.
—A ti.
—Pues deja de mirarme.
—¿Por qué? —Dijo ensanchando su sonrisa.
—Me incomodas
Él empezó a aproximarse a ella, su mirada tenía un brillo peligroso y Valo empezaba a ponerse realmente nerviosa.
—Esta situación se me hace familiar. ¿A ti no, Hawke?
Valo dio un par de pasos hacia atrás, hasta que se chocó con la pared, el rubor cubrió sus mejillas y Aleksi cada vez estaba más próximo a ella, sonriendo con autosuficiencia.
—¿No dices nada?
—No tengo nada que decir.
—¿Seguro? —Unos diez centímetros los separaban y Valo notaba que su corazón iba a salírsele del pecho.
—Sí.
Aleksi la cogió de la cintura, haciendo que Valo soltara un pequeño gritito de sorpresa. Cada vez acercaba más su rostro al de ella.
—Chicos, ¿ya están los caballos?
Aleksi se separó de golpe de Valo y miró con desdén hacia la puerta, Valo miró a su hermano mientras intentaba normalizar su respiración. Arvo entró con un par de bolsas de gran tamaño, parecía no haber notado lo que acababa de ocurrir.
—Sí.
—Bien, atad esto a los caballos. Ahora vendrá Adam con las bolsas que faltan.
—¿Por qué no lo atas tú mismo, Hawke? —Dijo Aleksi con desprecio.
—Porque lo vas a atar tú, Ikonen —Arvo se giró para encararle—. Y punto.
El chico salió por la puerta y Valo se apresuró a atar la bolsa en las alforjas de su caballo, intentando ignorar las miradas que le dedicaba Ikonen. A regañadientes, Aleksi imitó a su compañera y comenzó a atar la pesada bolsa.
—Toma Valo —Adam entró con dos bolsas más, tenía el ceño fruncido y parecía enfadado—.Maldita sea, Valo. ¡Ven aquí!
La chica se acercó deprisa a su hermano y cogió una de las bolsas para atarla en un caballo blanco mientras que Adam ataba su bolsa en su yegua baya.
—Ya está todo —dijo él—. A ver si vienen de una maldita vez Arvo, Lumi y el condenado bicho ese.
—Adam…
—¡Cierra la boca, Valo!
Valo le miró con sorpresa, pero su rostro empezó a tomar un deje triste, empezaba a hartarse de que su hermano le tratara de ese modo.
—¡Eh, tú! —Gritó Aleksi enfadado—. ¡No te atrevas a hablarla así!
Adam resopló de forma despectiva y soltó una pequeña carcajada irónica.
—Vaya, el defensor de la justicia ha hecho acto de presencia. ¿Por qué no vas a rescatar a viejas en apuros, Ikonen? —Dijo con sarcasmo Adam, aunque la furia podía leerse en sus ojos—. Es mi hermana y la hablaré como me dé la gana.
—Serás… —Aleksi se lanzó sobre Adam, pero Valo se aferró a él, impidiendo que se acercara al castaño—. Suéltame.
—No —dijo con voz temblorosa—, no le hagas caso Ikonen.
—Suéltame Hawke.
—Eso Valo, confraterniza con él —escupió Adam—. ¿Por qué no de paso te abres de piernas?
Valo aflojó el agarre al oír las hirientes palabras de Adam, sin saber muy bien qué estaba pasando.
—Eres un cabrón, Hawke. ¡Cómo has podido decirle algo así!
—Como si no quisieras follarte a mi hermana.
Aleksi se lanzó sobre Adam cegado por la ira y, aprovechando que no estaba en muy buen estado físico, empezó a darle golpes. Adam cayó al suelo y empezó a toser, pero Aleksi continuó pegándole, por él. Por ella.
—¡Para! —Chilló Valo desesperada, de sus ojos caían tímidas lágrimas—. ¡Ikonen para! ¡Por favor, déjale! —Se aferró a su brazo con desesperación—. ¡Aleksi, detente!
Y él se detuvo en seco cuando oyó su nombre salir de su boca, miró al bastardo de Hawke y vio que sangraba por el labio y que estaba encogido sobre sí mismo y luego se giró para mirar de frente a Valo, notó como se le caía el alma a los pies al ver su triste expresión y cuando intentó secarle las lágrimas con sus dedos, la mano de Valo impactó contra su mejilla haciendo que la bofetada resonara por la habitación y le causara un fuerte dolor en la nariz.
—Pero, ¿qué ha pasado? —Exclamo Adam entrando por la puerta, seguido de Lumi y de Smaragdi.
—Que son idiotas, eso pasa —y con indignación, Valo se separó de su hermano y de Ikonen y se montó en Nougat.
—¿Qué le has hecho, Ikonen?
Aleksi se encogió de hombros con indiferencia y le lanzó una mirada llena de veneno, en su mejilla izquierda se podía apreciar la marca de los dedos de Valo.
—Él se lo ha buscado —se giró y fue a montarse en el caballo negro. Arvo fue a levantar a Adam y luego le ayudó a montarse en el caballo, a cada paso que daba, un gemido de dolor salía de su boca y cuando pasó al lado de Aleksi, juró que le mataría.
—¿Está bien para viajar?
Lumi asintió, nadie podría decir que Smaragdi había estado a punto de morir minutos antes, lo único que la delataba era la sangre seca que tenía en el pelaje. La maga montó sobre ella y Arvo hizo lo mismo en el caballo restante.
—Bien, pues nos vamos —giró a su caballo y abrió la puerta del cobertizo—. Intentar no hacer mucho ruido y si oís o veis algo extraño, correr todo lo rápido que podáis. ¿Entendido?
Todos asintieron y a continuación se pusieron en marcha.
Mint daba vueltas sobre el suelo, enredándose en sus mantas de lana. Estaba intranquila y cuando cerraba los ojos a su mente acudían montones de imágenes. No sabía muy bien qué eran, pero no le daban buenas vibraciones y eso la asustaba. Miró a su derecha y vio a su compañero de viaje, quien dormía plácidamente. Sonrió con amargura mientras le miraba fijamente, la vida era muy injusta con algunos pero, sin embargo, a otros les sonreía descaradamente, como era su caso y el de Thomas. Él era un joven granjero sin preocupaciones, vivía en un lugar acogedor y tranquilo, tenía una familia que le quería y era feliz; ella era una joven huérfana, que nunca conoció a su padre y a quien su pueblo dio la espalda por sus raíces mestizas así que, sí, tenía motivos para hacer lo que hacía y para detestar el mundo que la vio nacer. La sed de venganza, por la muerte de su madre y hermana, se mezclaron con su odio, haciéndola una chica bastante fría y distante. ‹‹Sin piedad››, se repetía una y otra vez. ¿Por qué iba a tenerla? No tenía razones ni motivos para sentir algo que nunca había experimentado. Cerró los ojos lentamente, poco a poco, el sueño iba envolviéndola, para transportarla a un lugar mejor.
Abrió los ojos con pesadez. Estaba agotada, pero algo en su interior la obligó a despertarse. Con pesar, se incorporó y miró a su alrededor. Todo parecía en calma y Mint volvió a recostarse, más tranquila. Por poco tiempo. La joven morena percibió una presencia desconocida que la observaba desde la lejanía, lejos de alterarse, esperó pacientemente algún movimiento por su parte, pero nada ocurrió; ni un suspiro, ni una pisada, ni siquiera un pestañeo, nada. Conforme pasaba el tiempo, el nerviosismo y el enfado de Mint aumentaban. Cerró los ojos de nuevo y respiró hondo un par de veces, relajándose. Al abrirlos, no se encontraba en el mismo sitio de antes, Thomas no dormía a su lado y el cielo estaba completamente despejado. Se puso en pie perpleja y miró lo que la rodeaba. Nada raro, salvo una extraña silueta en la lejanía. Achinó los ojos, pero no distinguió nada. Cuando iba a desviar la mirada, el desconocido empezó a moverse, se estaba acercando y Mint se percató de que era una chica.
Unos escasos diez metros las separaban, y el rostro de la joven morena se descompuso al reconocer aquella cara: facciones finas, piel blanca como la nieve y unos penetrantes ojos verdes. Los mismos que ella tenía.
“¿L… Lumi?”
La aludida la miró y le dedicó una extraña sonrisa, antes de desvanecerse.