jueves, 19 de abril de 2012

Imágenes I

Imágenes (Parte Uno).


Miedo. Eso es lo que sentía Lumi a cada paso que daba. La incertidumbre de no saber qué le estaba ocurriendo a Smaragdi la estaba carcomiendo por dentro y esa horrible sensación amarga de que no era nada bueno, hacía que su corazón se le encogiera en el pecho.
Dos escasos pasos la separaban de la puerta, notaba la presencia de Arvo justo detrás de ella, pero estaba tan asustada que no le prestó mucha atención cuando él colocó una mano sobre su hombro desnudo. Abrió la boca para decir algo que pudiera tranquilizar a la maga, pero un fuerte gemido de dolor se la cerró de nuevo. Notó como ella se tensaba y oía su respiración acelerada, aumentó la presión que ejercía sobre su hombro y un nuevo gemido se hizo audible. Lumi se deshizo del tenue agarre de forma brusca y salió corriendo hacia la puerta, con manos torpes, la abrió y entró muy lentamente, aterrada de ver lo que había en su interior.
Arvo se quedó clavado en el suelo y de reojo vio como Adam se situaba a su lado, éste le miraba fijamente, en sus ojos podía verse una mezcla de preocupación y comprensión.
    —Smaragdi… —logró pronunciar Lumi cuando entró en la cocina y vio a su amiga tirada en el suelo. Su habitual e impoluto pelo negro estaba manchado de su propia sangre, de su oscura nariz corría un hilillo rojo y sus enormes ojos verdes estaban abiertos, en ellos se podía apreciar cuan asustada estaba, los movía en todas direcciones con desesperación, mirando sin ver.
    —Smaragdi —volvió a llamar ella, pero la kissasuuri ni siquiera se inmutó.
Lumi dio un paso hacia ella, cautelosa, en sus ojos se agolpaban montones de lágrimas cristalinas que luchaban por salir y su corazón latía desbocado. Se agachó junto a ella y soltó un grito cuando Smaragdi comenzó a convulsionarse de forma violenta, de su boca salían agónicos gruñidos y más sangre. La maga, en un intento de calmarla, colocó una mano trémula sobre su vientre y, al hacerlo, notó como una cálida humedad la invadía, y casi de forma inconsciente, la separó de su agitado cuerpo para observarla de cerca. Con horror vio que estaba manchada de sangre. De su sangre.
Miró hacia donde se encontraba la cabeza de su compañera, estaba recostada contra el duro suelo de madera, rodeada de un enorme charco de sangre. La morena no pudo contener más sus lágrimas y éstas se resbalaron por sus mejillas de forma apresurada, se sentía tan impotente. No se imaginaba una vida sin Smaragdi, tenía la certeza de que si moría, ella no aguantaría vivir.
Valo se apresuró a la cocina, a pesar de que Ikonen le había dicho –más bien ordenado– que no se levantara de la cama. Pero no podía ignorar aquellos extraños quejidos. Cuando llegó al pasillo, que estaba elegantemente decorado, se sorprendió al encontrar a sus hermanos en medio, rígidos.
    —¿Qué ha pasado? —Nada. No obtuvo respuesta por parte de ninguno—. Arvo —el rubio giró el rostro y le mostro el perfil izquierdo a su hermana—. ¿Qué pasa?
    —No sé.
Y volvió a mirar al frente, como si su cara estuviera atraída magnéticamente por la cocina. Valo, molesta, pasó por el hueco en el que no estaban sus hermanos y se adentró en la estancia con paso decidido.
    —Lumi, ¿qué… —las palabras murieron en su garganta cuando sus ojos se posaron en la maga y en Smaragdi. Lumi levantó la cabeza lentamente y fijó sus ojos, que estaban rojos a causa del llanto, en los de la joven; la tristeza que halló en ellos hizo que un nudo se formara en su pecho. Smaragdi volvió a convulsionarse y golpeó la pata de la mesa con agresividad, la maga giró la cabeza con rapidez y Valo entrecerró los ojos, buscando una forma de ayudarlas, en vano. Miró a Lumi y,  recordando sus palabras, se imaginó lo que se sentiría al perder a una parte de ti, acababa de perder a sus padres, pero su dolor no era comparable con el de ella y eso hacía que Valo se sintiera extrañamente mal. Con una extrema lentitud, la chica rubia se agachó junto a la kissasuuri y con temor, posó una mano sobre ella. Notó su cálida piel y su suave textura y un escalofrío la recorrió de pies a cabeza, Smaragdi ya no se convulsionaba, ni siquiera se apreciaba un pequeño temblor en su cuerpo. Sorprendida, miró a Lumi, que tenía la cabeza gacha y respiraba lentamente, hipando de vez en cuando debido al llanto, sus mechones negros caían sobre su cara como si fueran una cascada y se adherían a su húmedo rostro, Valo volvió sus ojos azules hacia Smaragdi, apenas respiraba haciendo que la muchacha se pusiera nerviosa. Presa del pánico y de la desesperación al notar como la respiración de ella se hacía más tenue, Valo colocó su otra mano en Smaragdi y, sin saber con exactitud lo qué estaba a punto de hacer, comenzó a murmurar una serie de palabras en una lengua que no conocía, cerró los ojos con fuerza, concentrándose al máximo en su tarea, y aumentó la presión que ejercían sus manos. No sabía con exactitud cuánto tiempo estuvo en esa posición, pero se detuvo al oír una profunda voz resonar en su cabeza.
    Valo…
La aludida abrió los ojos de golpe y se separó de Smaragdi, respiraba acompasadamente y su larga cola se movía de arriba abajo.
    Valo…
Desorientada, miró en todas direcciones buscando al dueño de la voz, pero en la cocina solo estaban ella, una destrozada Lumi y la kissasuuri.
    —Lumi —la maga levantó la cabeza con una extrema lentitud y posó sus ojos sobre los de Valo, haciéndola estremecer. Tragó saliva antes de hablar—. ¿No has oído… una voz?
Lumi abrió los ojos de forma desmesurada y miró a Smaragdi, se llevó una mano al pecho y una sonrisa rota empezó a formarse en su rostro. La rubia no entendía qué pasaba y se extrañó aún más cuando Lumi se acercó a ella arrastrándose por el suelo.
    —Valo… tú… tú las has salvado —hizo una pausa y se puso en pie—. Tú has salvado a Smaragdi.
    —¿Qué? —Exclamó Valo contrariada—. Yo no he hecho nada.
    —Sí lo has hecho. ¡Smaragdi está viva gracias a ti!
    —Pero cómo va a ser gracias a mí. Si ni siquiera sabía qué le estaba pasando.
Smaragdi empezó a moverse y ambas chicas la miraron con intriga, no se convulsionaba, intentaba ponerse en pie. Valo estaba a punto de decir algo cuando Lumi se tiró sobre Smaragdi, haciendo que sus esfuerzos por levantarse fueran en vano.
    —Estás bien… —murmuró con la voz rota, mientras se aferraba a ella con fuerza—. ¡Estás bien, Smaragdi! ¡Valo te ha salvado!
    —Yo no he hecho nada, Lumi… —dijo la chica azorada.
    Sí lo has hecho, pequeña —la voz de Smaragdi sonó cansada en sus mentes y Valo reconoció la voz que había escuchado antes—, tienes un poder que desconoces, Valo, aprende a usarlo y utilízalo bien.
Arvo irrumpió en la cocina de forma brusca, en sus ojos podía leerse la preocupación, Valo miró detrás de él y vio a Adam y a Ikonen, nerviosos.
    —¿Qué pasa? —Arvo miró a su hermana pero no dijo nada—. Me estás asustando.
    —Tenemos que irnos.
Silencio.
    —¿Estás loco? —Dijo Valo—. Smaragdi no puede moverse. Por si no lo sabías, casi muere hoy.
    —Hay algo fuera, Valo. Tenemos que irnos, es peligroso.
    —Pero…
    Estoy bien, jovencita —Smaragdi intentó ponerse en pie con dificultad con la ayuda de Lumi—. Si tenemos que irnos, lo haremos.
    —¿Qué es, Arvo?
    —No lo sé. Aleksi lo ha oído. Será mejor que os deis prisa, nosotros cogeremos cosas que puedan servirnos y ensillaremos a los caballos.
Arvo salió de la cocina y subió a la parte de arriba, Adam le siguió y Aleksi se quedó parado mirando a Valo fijamente, haciéndola sentir incómoda y violenta.
    —Iré a ensillar a los caballos —anunció poniéndose en pie, miró a Lumi que asintió mientras susurraba algo que Vale entendió como un hechizo curativo y salió por la puerta—. Ikonen.
    —Hawke.
    —Vamos a ensillar a los caballos.
Él la miró durante unos instantes, quería negarse, podía ser peligroso, pero se contuvo, no quería hacer el idiota delante de ella.
    —Está bien, Hawke —dijo con su tono más amargo—. Sígueme.
Valo siguió a Aleksi por su casa hasta que llegaron a una pequeña puerta vieja, él la abrió, con cuidado de no hacer ruido y se adentró en ella, haciéndole un gesto con la mano a la chica para que también entrara. Una vez dentro, Valo reconoció el olor de la paja y el de los animales, Aleksi fue a por una silla y unos arreos y se los tendió a la chica con malas formas, haciendo que ella casi se cayera al suelo.
    —Idiota… —masculló entre dientes Valo. Miró lo que le había dado y lo reconoció como suyo, buscó con la mirada a Nougat hasta que dio con él. Se acercó y empezó a ensillarle. Aleksi empezó a ensillar a un precioso caballo negro, pero murmuró algo que la chica no entendió y se acercó al que estaba por detrás de Valo, poniéndola nerviosa. Sus manos temblaban ligeramente y no podía pensar con claridad, le oía pero no le veía y eso no le gustaba nada. El temblor de sus dedos era tan grande, que no podía hacer nada y se puso más nerviosa cuando notó su respiración detrás de ella, su aliento lamía su nunca haciéndola estremecer.
    —Eres una inútil, pequeña Hawke —escupió él con desprecio devolviendo a Valo al mundo real; enfadada, resopló y decidió ignorarle, pero oyó una pequeña risa por su parte.
    —¿Por qué no te mueres? —Dijo con fingida amabilidad—. Nos harías muy felices a todos.
Aleksi no le hizo caso y fue a por otra silla para ensillar a otro caballo, Valo, cuando terminó con el suyo, fue al lugar en el que estaban las sillas, cogió una y fue hasta el caballo restante. Con torpeza comenzó de nuevo con su labor y cuando acabó, se fijó en Aleksi, el cual la estaba mirando fijamente.
    —¿Qué miras, estúpido? —Valo empezó a caminar hacia la puerta, mirándole con enfado. Aleksi se limitó a encogerse de hombros y a sonreír.
    —A ti.
    —Pues deja de mirarme.
    —¿Por qué? —Dijo ensanchando su sonrisa.
    —Me incomodas
Él empezó a aproximarse a ella, su mirada tenía un brillo peligroso y Valo empezaba a ponerse realmente nerviosa.
    —Esta situación se me hace familiar. ¿A ti no, Hawke?
Valo dio un par de pasos hacia atrás, hasta que se chocó con la pared, el rubor cubrió sus mejillas y Aleksi cada vez estaba más próximo a ella, sonriendo con autosuficiencia.
    —¿No dices nada?
    —No tengo nada que decir.
    —¿Seguro? —Unos diez centímetros los separaban y Valo notaba que su corazón iba a salírsele del pecho.
    —Sí.
Aleksi la cogió de la cintura, haciendo que Valo soltara un pequeño gritito de sorpresa. Cada vez acercaba más su rostro al de ella.
    —Chicos, ¿ya están los caballos?
Aleksi se separó de golpe de Valo y miró con desdén hacia la puerta, Valo miró a su hermano mientras intentaba normalizar su respiración. Arvo entró con un par de bolsas de gran tamaño, parecía no haber notado lo que acababa de ocurrir.
    —Sí.
    —Bien, atad esto a los caballos. Ahora vendrá Adam con las bolsas que faltan.
    —¿Por qué no lo atas tú mismo, Hawke? —Dijo Aleksi con desprecio.
    —Porque lo vas a atar tú, Ikonen —Arvo se giró para encararle—. Y punto.
El chico salió por la puerta y Valo se apresuró a atar la bolsa en las alforjas de su caballo, intentando ignorar las miradas que le dedicaba Ikonen. A regañadientes, Aleksi imitó a su compañera y comenzó a atar la pesada bolsa.
    —Toma Valo —Adam entró con dos bolsas más, tenía el ceño fruncido y parecía enfadado—.Maldita sea, Valo. ¡Ven aquí!
La chica se acercó deprisa a su hermano y cogió una de las bolsas para atarla en un caballo blanco mientras que Adam ataba su bolsa en su yegua baya.
    —Ya está todo —dijo él—. A ver si vienen de una maldita vez Arvo, Lumi y el condenado bicho ese.
    —Adam…
    —¡Cierra la boca, Valo!
Valo le miró con sorpresa, pero su rostro empezó a tomar un deje triste, empezaba a hartarse de que su hermano le tratara de ese modo.
    —¡Eh, tú! —Gritó Aleksi enfadado—. ¡No te atrevas a hablarla así!
Adam resopló de forma despectiva y soltó una pequeña carcajada irónica.
    —Vaya, el defensor de la justicia ha hecho acto de presencia. ¿Por qué no vas a rescatar a viejas en apuros, Ikonen? —Dijo con sarcasmo Adam, aunque la furia podía leerse en sus ojos—. Es mi hermana y la hablaré como me dé la gana.
    —Serás… —Aleksi se lanzó sobre Adam, pero Valo se aferró a él, impidiendo que se acercara al castaño—. Suéltame.
    —No —dijo con voz temblorosa—, no le hagas caso Ikonen.
    —Suéltame Hawke.
    —Eso Valo, confraterniza con él —escupió Adam—. ¿Por qué no de paso te abres de piernas?
Valo aflojó el agarre al oír las hirientes palabras de Adam, sin saber muy bien qué estaba pasando.
    —Eres un cabrón, Hawke. ¡Cómo has podido decirle algo así!
    —Como si no quisieras follarte a mi hermana.
Aleksi se lanzó sobre Adam cegado por la ira y, aprovechando que no estaba en muy buen estado físico, empezó a darle golpes. Adam cayó al suelo y empezó a toser, pero Aleksi continuó pegándole, por él. Por ella.
    —¡Para! —Chilló Valo desesperada, de sus ojos caían tímidas lágrimas—. ¡Ikonen para! ¡Por favor, déjale! —Se aferró a su brazo con desesperación—. ¡Aleksi, detente!
Y él se detuvo en seco cuando oyó su nombre salir de su boca, miró al bastardo de Hawke y vio que sangraba por el labio y que estaba encogido sobre sí mismo y luego se giró para mirar de frente a Valo, notó como se le caía el alma a los pies al ver su triste expresión y cuando intentó secarle las lágrimas con sus dedos, la mano de Valo impactó contra su mejilla haciendo que la bofetada resonara por la habitación y le causara un fuerte dolor en la nariz.
    —Pero, ¿qué ha pasado? —Exclamo Adam entrando por la puerta, seguido de Lumi y de Smaragdi.
    —Que son idiotas, eso pasa —y con indignación, Valo se separó de su hermano y de Ikonen y se montó en Nougat.
    —¿Qué le has hecho, Ikonen?
Aleksi se encogió de hombros con indiferencia y le lanzó una mirada llena de veneno, en su mejilla izquierda se podía apreciar la marca de los dedos de Valo.
    —Él se lo ha buscado —se giró y fue a montarse en el caballo negro. Arvo fue a levantar a Adam y luego le ayudó a montarse en el caballo, a cada paso que daba, un gemido de dolor salía de su boca y cuando pasó al lado de Aleksi, juró que le mataría.
    —¿Está bien para viajar?
Lumi asintió, nadie podría decir que Smaragdi había estado a punto de morir minutos antes, lo único que la delataba era la sangre seca que tenía en el pelaje. La maga montó sobre ella y Arvo hizo lo mismo en el caballo restante.
    —Bien, pues nos vamos —giró a su caballo y abrió la puerta del cobertizo—. Intentar no hacer mucho ruido y si oís o veis algo extraño, correr todo lo rápido que podáis. ¿Entendido?
Todos asintieron y a continuación se pusieron en marcha.

Mint daba vueltas sobre el suelo, enredándose en sus mantas de lana. Estaba intranquila y cuando cerraba los ojos a su mente acudían montones de imágenes. No sabía muy bien qué eran, pero no le daban buenas vibraciones y eso la asustaba. Miró a su derecha y vio a su compañero de viaje, quien dormía plácidamente. Sonrió con amargura mientras le miraba fijamente, la vida era muy injusta con algunos pero, sin embargo, a otros les sonreía descaradamente, como era su caso y el de Thomas. Él era un joven granjero sin preocupaciones, vivía en un lugar acogedor y tranquilo, tenía una familia que le quería y era feliz; ella era una joven huérfana, que nunca conoció a su padre y a quien su pueblo dio la espalda por sus raíces mestizas así que, sí, tenía motivos para hacer lo que hacía y para detestar el mundo que la vio nacer. La sed de venganza, por la muerte de su madre y hermana, se mezclaron con su odio, haciéndola una chica bastante fría y distante. ‹‹Sin piedad››, se repetía una y otra vez. ¿Por qué iba a tenerla? No tenía razones ni motivos para sentir algo que nunca había experimentado. Cerró los ojos lentamente, poco a poco, el sueño iba envolviéndola, para transportarla a un lugar mejor.
    Abrió los ojos con pesadez. Estaba agotada, pero algo en su interior la obligó a despertarse. Con pesar, se incorporó y miró a su alrededor. Todo parecía en calma y Mint volvió a recostarse, más tranquila. Por poco tiempo. La joven morena percibió una presencia desconocida que la observaba desde la lejanía, lejos de alterarse, esperó pacientemente algún movimiento por su parte, pero nada ocurrió; ni un suspiro, ni una pisada, ni siquiera un pestañeo, nada. Conforme pasaba el tiempo, el nerviosismo y el enfado de Mint aumentaban. Cerró los ojos de nuevo y respiró hondo un par de veces, relajándose. Al abrirlos, no se encontraba en el mismo sitio de antes, Thomas no dormía a su lado y el cielo estaba completamente despejado. Se puso en pie perpleja y miró lo que la rodeaba. Nada raro, salvo una extraña silueta en la lejanía. Achinó los ojos, pero no distinguió nada. Cuando iba a desviar la mirada, el desconocido empezó a moverse, se estaba acercando y Mint se percató de que era una chica.
Unos escasos diez metros las separaban, y el rostro de la joven morena se descompuso al reconocer aquella cara: facciones finas, piel blanca como la nieve y unos penetrantes ojos verdes. Los mismos que ella tenía.
    “¿L… Lumi?”
La aludida la miró y le dedicó una extraña sonrisa, antes de desvanecerse.

jueves, 22 de marzo de 2012

Un Negro Despertar

Un negro despertar.


El viento golpeaba fuertemente contra su cuerpo. El otoño estaba abandonándolos para dejar paso al crudo invierno que se llevaba tantas vidas por delante.
Aunque hacía frío, él no lo sentía, su cuerpo no estaba diseñado para ello, por sus venas no corría sangre caliente, aunque para el tacto de otros seres, era el líquido más corrosivo que podía haber existido. Oyó un batir frenético de alas y de entre los árboles de hoja perenne, salió un enorme cuervo, negro como el carbón. Le vio alejarse por el cielo, hasta que su vuelo apresurado dejó de oírse y su silueta no era más que una mera mancha en el horizonte. Él era joven, no se lo iba a negar a nadie, pero no era estúpido y eso nadie podría negárselo. Estaba solo a su suerte, en un mundo en el que él no era bien recibido, y ahora más que nunca, debería luchar por sobrevivir, tenía que hacerlo, porque él, era la única esperanza para muchos caídos.
No conoció a su madre y tampoco a su padre, ambos murieron, pero eso no le apenó. ¿Por qué iba a lamentar la muerte de alguien a quien no conocía?
Se agitó violentamente en el risco en el que estaba subido. Su cabeza era un mar de emociones y sentimientos que no le permitían actuar como debía. Acababa de pasar por un pueblo, no tenía intención de hacer daño, pero eso, ellos no lo sabían y actuaron como habría hecho cualquiera que no quería sufrir la ferviente ira del Rey. Y ese estúpido acto, casi le cobra la vida, porque él debería estar muerto por ser lo que era, un dragón.

Valo se despertó de golpe, gritando. Estaba empapada de sudor frío y respiraba apresuradamente, se incorporó y miró hacia todos los lados hasta que se encontró con una silueta.
    —Tranquila —dijo—. Vuelve a dormirte, ha sido una simple pesadilla.
La chica asintió en silencio y se tumbó de nuevo, la serena voz de Ikonen la había calmado un poco, aunque sabía que lo que había soñado, no había sido una simple pesadilla.
Cerró los ojos y no tardó mucho en dormirse.
    Estaba sola en mitad de la nada, caminaba sin saber muy bien a dónde iba, solo sabía que era su deber hacerlo. Vestía un precioso vestido de lino del color de sus ojos, sonreía, estaba impaciente por llegar a su destino, aunque no sabía por qué. Caminó unos cuantos pasos más hasta que su sonrisa se borró de inmediato, todo a su alrededor se volvió negro, donde antes había habido un sólido suelo, ahora no había nada y ella empezó a caer.
Quería gritar, pero de sus labios no salía nada, entonces tocó el suelo. Aturdida, se levantó y miró lo que la rodeaba, era un bosque, desconocido y conocido a la vez, sabía que había estado ahí antes, aunque no sabía ni cuándo ni por qué. Caminó hacia delante, algo le decía que debía de ir por allí y lo vio, Aleksi Ikonen estaba tirado en medio del bosque, se quejaba pesadamente y decía que cosas que Valo no comprendía. Se acercó a él rápidamente, asustada, el chico estaba lleno de sangre y tenía una profunda herida a lo largo del pecho, era reciente. Gritó de horror y entonces él abrió los ojos y los fijó en ella, pero se llevó una horrible sorpresa al ver unos iris negros como el azabache, dejó de quejarse y sonrió.
    “Así que has decidido venir” rió fuertemente al ver el espanto en la cara de la chica. “Me pregunto qué dirían tus hermanos al verte así, llena de sangre de inocentes.”
Valo se miró de nuevo, y, en efecto, estaba manchada de una sangre que no era suya, se echó hacia atrás de la impresión y gritó de nuevo, no, ella no era una asesina, no podía haber sido ella.
    “¿Dónde están ellos?”
Aleksi rió de nuevo y empezó a convulsionarse, Valo le miraba espantada, su corazón latía fuertemente y se le formó un nudo en la garganta. Delante de ella estaban Arvo y Adam, muertos.
    “No…” susurró “¡No!”
Echó a correr en la otra dirección, pero la risa de Aleksi cada vez sonaba más fuerte y más cerca, se paró en seco cuando una sombra negra se materializó delante de ella. Empezó a llorar de puro miedo y cayó al suelo de rodillas. Oyó una carcajada, pero no era la de Aleksi, sino la de una mujer. Era una risa aguda y cruel, pero de pronto cesó. La sombra que estaba delante de ella empezó a adquirir una forma, a los pocos instantes tuvo delante de ella a Lumi. La maga la miraba, ausente, sus ojos verdes carecían del habitual brillo que solían tener. Valo se sintió un poco más reconfortada y dio un paso hacia ella, de pronto, la mandíbula de Lumi se abrió de forma inhumana y dejó salir un ensordecedor grito, acompañado de una cruel carcajada. Valo gritó de nuevo y comenzó a alejarse de ella, pero su fría voz la detuvo.
    “¿Ya te vas?”
Lumi empezó a acercarse velozmente, sus ojos ya no eran verdes, sino negros y estaban cargados de odio, pero entonces se paró. Empezó a deshacerse entre gritos de dolor, pero no eran suyos, eran gritos de niños. Valo contempló la escena con los ojos muy abiertos, temblaba violentamente, tenía miedo, y frío, mucho frío. Entonces se percató de que había algo detrás de ella y se estremeció cuando notó un frío tacto sobre su sensible piel, no sabía qué era, pero era frío y húmedo. Se giró violentamente y vio a su padre, tenía la mirada perdida y su piel tenía un matiz grisáceo.
    “¿Pa… Padre?”
Sus ojos, carentes de vida se posaron sobre los de ella, Valo ahogó un alarido cuando vio el odio reflejado en los dos iris de su padre. Este sonrió ampliamente y sacó un cuchillo viejo, lleno de sangre seca. Cuando lo levantó para clavárselo, una luz cegadora hizo que la soltara y él se desvaneció con un horrible grito agónico, Valo cayó al suelo, exhausta y muy asustada, entonces oyó una voz profunda, estaba llamándola.
    “Necesito tu ayuda, Valo Hawke.”
Aleksi se sobresaltó con el grito de Valo y se aproximó a ella.
    —¡Valo! —gritó mientras la sacudía para despertarla—. ¡Valo!
Ella abrió los ojos de golpe y gritó más fuerte cuando vio a Ikonen sobre ella.
    —¡Suéltame! ¡Socorro!
    —¡Hawke! ¡Soy yo! ¡Soy Ikonen!
Valo dejó de revolverse y le miró a los ojos, entonces se abrazó a él y se puso a llorar.
    —¡Ikonen! —Sollozó— Ha sido horrible.
    —Tranquila, ya ha pasado todo —Aleksi le estaba acariciando el pelo mientras ella lloraba en silencio sobre su pecho.
    —Tú… Tú estabas allí —consiguió pronunciar—, tú querías matarme.
Aleksi se quedó perplejo ante las palabras de ella, pero la abrazó más fuerte mientras ella se aferraba con desesperación a su camisa, la cual estaba mojada por sus lágrimas.
    —Mis hermanos estaban muertos. Yo los maté —su voz era temblorosa debido a las lágrimas—, yo los había matado.
Ella sollozó con fuerza. De pronto la puerta de la habitación se abrió y entraron Arvo y Lumi, preocupados.
    —¿Qué ha pasado?
Aleksi soltó a Valo rápidamente notablemente incómodo, dejándola confusa, pero luego percató en su hermano y en su acompañante femenina.
    —He tenido una pesadilla.
Arvo suspiró aliviado y se acercó lentamente a Valo, se sentó en el borde de la cama y la abrazó.
    —…y eso es lo que he visto —se calló de golpe.
Lumi la miraba preocupada y se acercó a ella.
    —¿Había algo más?
Valo le dedicó una mirada de desconfianza, pero entonces asintió.
    —Oí una voz —hizo una pausa—, me llamaba, me estaba pidiendo ayuda, me salvó de que… bueno de que padre me matara. Y luego me desperté.
    —Una voz… —repitió la maga— ¿Qué tipo de voz, Valo?
Aleksi bufó ante la pregunta de la maga y esta le fulminó con la mirada.
    —No sabría explicarlo bien —balbuceó Valo—. Era desconocida, cálida y muy profunda. Me sentí protegida cuando la oí.
Lumi la estaba mirando fijamente, pero a diferencia de en su sueño, esta vez sus ojos sí que brillaban.
    —Chicos.
Los cuatro miraron hacia la puerta, Adam estaba allí, tambaleándose levemente debido al temblor de sus piernas. Tenía un aspecto horrible; su pelo estaba alborotado y sucio, tenía la cara manchada de barro, sangre seca en un labio y dos pronunciadas ojeras ocupaban gran parte de su demacrado rostro, sus ojos grises estaban inyectados en sangre y tenía una extraña herida en la nariz.
    —¿Qué sucede? —La voz de Lumi sonó más chillona de lo que ella pretendía y Adam la miró fijamente.
    —A tu gato —hizo una pausa—, le pasa algo.

Colérica era la palabra que mejor la definía en estos momentos. Miraba el suelo con desdén y, aunque nunca lo reconociera en voz alta, con cierta tristeza. El color gris predominaba en lo que una vez fue un colorido pueblo, había llegado demasiado tarde y nunca podría perdonárselo, no era la primera vez que eso le ocurría. Decidió adentrarse en lo que quedaba de aldea, tenía un mal presentimiento y estaba segura de que lo que estaba buscando no iba a hacerla sentir mejor. Y no se equivocaba. No tardó mucho en llegar a la que supuso que era la plaza de aquel pueblecito tranquilo que no había hecho nada malo. Su corazón se encogió ligeramente en su pecho al ver semejante atrocidad; delante de ella estaban todos los aldeanos que vivían allí, muertos, unos encima de otros, con una horrible mueca de dolor en sus manchados rostros. Pero lo peor no era eso, las cabezas de unos diez niños estaban clavadas en estacas de madera, rodeando el montón de cuerpos que se hallaban inertes delante de ella. Se quedó mirando la estampa durante unos minutos, se sentía impotente y muy furiosa. Un doloroso recuerdo se extendió por su cuerpo, haciéndola temblar ligeramente, apretó con fuerza la empuñadura de su fina espada y se dio la vuelta. Ya no había nada que pudiera hacer allí. Salió del pueblo y se acercó al lugar en el que había dejado a su caballo. Con rabia, montó en él y le espoleó de forma brusca, provocando que el animal soltara un relincho de fastidio y que se alejara de allí a galope tendido. Hacía tiempo que no sentía esa desazón en el pecho, a pesar de que había visto montones de escenas parecidas. Se estremeció al recordar la cálida voz de su madre cuando la dejó escondida en aquel claro del espeso bosque que rodeaba a su hogar, había ido a buscar a su hermana, pero ninguna de las dos regresó. Pasó dos días en aquel lugar, esperando a que volvieran a por ella, rogando porque no les hubiera pasado nada; al tercer día decidió salir de su escondite con la intención de buscarlas, pero lo único que encontró fue un devastado pueblo y una pequeña pila de cadáveres, entre ellos su madre, su hermana había desaparecido. Esa noche lloró junto al cuerpo sin vida de su progenitora, se había quedado sola demasiado pronto, y aunque era joven, se juró a sí misma que no permitiría que masacres como esa ocurrieran, no si ella podía evitarlo.
Era una luchadora nata, no tenía piedad con aquellos que no la merecían y le encantaba cubrirse de la sangre de sus víctimas. Podía enfrentarse perfectamente a unos veinte hombres y salir ilesa del combate, y eso la hacía sentir poderosa y muy viva.
Galopó sin rumbo hasta que empezó a divisar la silueta de lo que parecía un pueblo, solo entonces se acordó de lo exhausta que estaba y decidió acercarse para pasar la noche y comer algo. Espoleó de nuevo al fatigado caballo que aumentó el ritmo a regañadientes.
Tras media hora, la joven por fin llegó a su destino. Un pequeño puente de madera cruzaba un río no muy ancho y al pasar por encima, la madera crujió notablemente, haciendo que el semental negro retrocediera un par de pasos, asustado. Ella se bajó irritada y solo entonces se percató en el agudo dolor que recorría su columna y sus piernas. Con una mueca de disgusto agarró con firmeza las riendas del caballo y tiró de él, maldiciendo en voz alta al ver que el tozudo animal no se movía.
    —Maldito animal —miró al caballo a los ojos mientras tiraba de las riendas—. Vamos, muévete. No te va a pasar nada.
La chica dio un par de pasos por el puentecito de madera, sin dejar de mirar al animal.
    —¿Ves? Es completamente seguro —el caballo levantó las orejas y dio un paso hacia ella, la joven empezó a sonreír victoriosa, pero cuando dio el tercer paso, la madera rugió fuertemente, haciendo que el caballo se echara para atrás y la tirara al suelo.
    —Maldito bicho —dijo poniéndose en pie con dificultad. Fulminó a su semental con la mirada y se dio cuenta de que detrás de ellos había una persona. De forma instintiva, llevó su mano a la empuñadura de la espada que descansaba tranquilamente atada a su gastado cinturón de cuero.
    —Es un animal inteligente.
El dueño de la voz se aproximaba con pasos lentos hacia ella, haciendo que su instinto de supervivencia se activara de golpe.
    —¿Y tú quién eres? —Dijo con desdén.
Se paró y la miró a los ojos, tenía una casi imperceptible sonrisa en el rostro.
    —Me llamo Thomas —dijo el joven—. Vivo en Ladja.
Ella le miró desafiante durante unos instantes.
    —Soy Mint.
Thomas asintió en silencio mientras observaba al caballo.
    —No va a cruzar el puente por mucho que le amenaces —dijo tranquilo—, acompáñame y te llevaré por otro camino.
    —¿Qué te hace pensar que voy a acompañarte?
Se encogió de hombros bajo la fulminante mirada de ella.
    —Tú misma —se agachó y cogió unos cuantos troncos cortados.
Mint le observaba mientras empezaba a alejarse, entonces él se giró de nuevo.
    —Por cierto, te recomiendo que no intentes cruzar el puente, no creo que aguante el peso del caballo —y dicho aquello, volvió a girarse. La joven le observaba mientras caminaba, y tragándose su orgullo, le siguió, guiando a su caballo. Thomas iba un par de metros por delante de ella, sin percatarse de que le estaba siguiendo, pero entonces Mint soltó una maldición al haberse tropezado con una piedra y él sonrió cuando oyó a la chica.
    —Te advierto que como intentes hacerme algo, te rebano el cuello —dijo ella poniéndose a su altura.
La miró y sonrió levemente.
    —¿Por qué iba a hacerte daño? —Arqueó una ceja—. Si hubiera querido hacerte algo, ya te lo hubiera hecho, ¿no crees?
Ella miró al frente y sonrió irónica.
    —En estos tiempos no puedo fiarme ni de mi sombra.
    —Tienes razón.
El resto del camino lo hicieron en silencio. Cruzaron el río cuando el cauce era tan fino que apenas llevaba agua y se adentraron dentro del pueblo. La gente iba de un lado para otro, algunos llevaban gallinas en las manos, otros cestos de mimbre y vio a un par de madres que cargaban con sus hijos, no era demasiado grande, pero tenía buen ambiente y eso hizo que la moral de la chica subiera.
    —¿Dónde puedo pasar la noche, Thomas?
    —Hay una posada cerca.
    —Bien, llévame hasta allí, por favor —pidió ella.
    —Pero es muy cara, tal vez podrías pasar la noche en mi casa, tenemos camas de sobra.
La joven le fulminó con la mirada, no parecía un mal muchacho, pero no podía correr riesgos.
    —Tranquila —le dijo él—, vivo con mi familia. Vamos, estarás bien. Además, la comida de mi madre es mucho mejor que la que sirven en la taberna.
Mint suspiró, estaba cansada y no tenía mucho dinero tampoco, así que accedió. Thomas la guió a ella y aMörk –Oscuro– entre las callejuelas hasta que llegaron a una casita de cuya chimenea salía un humo negro.
    —Puedes dejar a tu caballo aquí —dijo él frente a un pequeño establo en el que había un caballo tordo—, nos sobra una cuadra.
    —Gracias —respondió Mint mientras se adentraba seguida de Mörk. Metió al caballo en el lugar en el que Thomas le había indicado y cogió sus cosas de las alforjas, mientras que el chico le ponía agua y comida al animal.
    —Bueno, pues vamos. Mi madre ya debe de haber hecho la cena.
Ambos salieron de las cuadras y se dirigieron a la casa, cuando entraron, un delicioso olor a carne asada inundó las fosas nasales de Mint, recordándole que llevaba dos días sin comer. Sus tripas rugieron y Thomas sonrió.
    —Madre —dijo el chico—. Ya he llegado.
Una mujer bajita y rechoncha salió de lo que parecía ser una cocina, en cuya mesa, descansaba un cordero asado. La mujer escrutó a Mint con la mirada, tenía las mejillas sonrosadas y brillantes a causa del sudor y unos cuantos mechones de pelo cano le cubrían el rostro. A pesar de tener el ceño fruncido, sus ojos mostraban una gran bondad.
    —Hola, hijo. ¿Quién es tu amiga?
    —Me llamo Mint, señora —se apresuró a decir la joven.
    —Va a pasar la noche aquí —la mujer fulminó a su hijo con la mirada—. Apenas tiene dinero para dormir en la taberna de Sami.
Ella asintió y luego mostró una amplia sonrisa.
    —Bueno, pues entonces eres bienvenida.
    —Lamento causarles molestias.
    —Tonterías, hija. Tras haber criado a cinco niños, una ya está acostumbrada a esto. Thomas, querido, ve a buscar a tu hermano, está en la parte de atrás.
El joven asintió y salió por la puerta, en busca de su hermano.
    —Ven, pasa, no te quedes ahí parada.
Mint reaccionó y siguió a la mujer hasta la cocina, cada vez tenía más hambre.
    —Me llamo Veera —se presentó ella—. Bueno, bueno, siéntate donde quieras hija, como si estuvieras en tu casa.
La joven miró la mesa, había ocho sillas y solo había cuatro con plato y cubiertos, Mint decidió sentarse en un extremo.
    —Ahora que mis hijos mayores se han ido, noto la casa muy vacía. Dime, ¿cuántos años tienes?
    —Dieciséis.
Veera la miró con sorpresa.
    —¿Y estás viajando sola? —Mint asintió—. Es peligroso que una niña viaje sola, y más con las desgracias que están pasando.
Ella se puso rígida, como si no lo supiera.
    —Mis padres están muertos.
    —Oh…
    —Voy a Harren, con mi tío —mintió—, él se hará cargo de mí.
Un silencio incómodo se formó entre ellas, pero la voz de Thomas y de otro chico se hizo presente, haciendo que Veera suspirara aliviada.
    —¡Qué bien huele! —Exclamó un chico rubio, parecía más joven que Thomas—. Vaya, tú debes ser la chica que se encontró Thom antes —sonrió y le tendió una mano que Mint tardó en tomar—. Me llamo Petri.
    —Mint.
    —Bueno, bueno, ya tendréis más tiempo luego para hablar, ahora sentaos a comer.
Los dos chicos hicieron caso a su madre y se sentaron en frente de la chica, que miraba fijamente al cordero asado. Al poco tiempo, un alto y fornido hombre entró por la puerta, tenía una larga barba de color rubio apagado y una densa mata de pelo rubio también, bajo sus pobladas cejas, había dos grandes ojos marrones que miraban a la joven con curiosidad y un matiz de desconfianza. Mint no se percató de su presencia hasta que se sentó junto a ellos, haciendo que la mesa y lo que había encima de ella, vibrara levemente. La chica se giró despacio y se encontró con unos penetrantes ojos castaños que parecía que la estaban atravesando, el vello de su nuca se erizó levemente y le mandó una mirada desafiante, no se dejaría asustar por aquel individuo.
    —Cariño —intervino su esposa. Su suave voz intentaba disipar la tensión que se había formado en poco tiempo—. Ella es Mint, está de paso y Thomas le ofreció pasar aquí la noche.
El corpulento hombre la miró, tenía el ceño fruncido levemente.
    —¿Sin preguntarme antes? —Dijo con una potente voz, Mint se puso alerta, no le daba buenas vibraciones—. Ya sabéis lo que opino de meter extraños en mi casa. No son buenos tiempos para fiarse de nadie, Veera, ya lo sabes.
    —Pero Markus —la mujer dejó lo que estaba haciendo y miró a su marido de forma severa, sus ojos verdes brillaban con intensidad—, es solo una niña.
El hombre rió con amargura y miró a sus hijos y a su mujer.
    —Como si los niños de hoy fueran estúpidos. Cuando menos te lo esperes, ¡zas! O te roban el poco dinero que tienes o te degollan sin piedad.
Mint se levantó sin decir nada y salió de la casa dando un portazo. No iba a aguantar las estupideces de nadie, ese hombre no era nadie para insultarla de aquella manera, sobre todo si había accedido a pasar ahí la noche después de que la hubieran insistido tanto. Llegó al cobertizo en el que estaba su caballo, le ensilló y guardó sus cosas en las alforjas.
    —Vámonos —le dijo al enfadado animal que acababa de ser despertado—. ¡Encima no te enfades, Mörk! No deberíamos haberle hecho caso a aquel chico.
Sacó al caballo de la vieja cuadra y se montó.
    —¡Mint! —Oyó que gritaban su nombre—. ¡Por favor, perdona a mi padre!
    —No tengo nada que perdonarle —dijo ella solemne—. Tiene toda la razón del mundo.
    —Por favor, quédate hoy. Es casi de noche, puede ser peligroso.
La joven le miró irritada.
    —No soy bien recibida en tu casa.
Thomas se agarró del cabello rubio con cierta desesperación y se acercó a ella.
    —Mi padre no es el mismo desde que murió mi hermano mayor.
El silencio se cayó sobre ellos. La joven le miraba con ojos sombríos y en la mirada de Thomas se podía apreciar un brillo de esperanza. Finalmente ella negó con la cabeza.
    —Pues déjame ir contigo —aquello pilló desprevenida a Mint, que se aferró con fuerza a las riendas de su montura.
    —No puedes venir conmigo, Thomas —dijo con suavidad—. Es peligroso y no quiero que te ocurra nada.
    —Por favor —suplicó—. Sácame de aquí, eres mi única esperanza para labrarme un futuro por mí mismo.
Mint le observó durante un par de minutos, en silencio.
    —Por favor…
    —Está bien, coge lo que necesites —el chico le sonrió ampliamente y salió en busca del otro caballo que había en la cuadra—. ¡Date prisa!
Al poco tiempo, Thomas salió con el caballo gris, le pidió que se lo sujetara un momento y salió corriendo hacia su casa. Mint esperó unos cuantos minutos, empezaba a impacientarse, pero entonces, apareció él con un petate, lo ató a la silla de su caballo y montó en él.
    —Mis padres están discutiendo. No les he dicho nada.
    —¿Estás seguro de qué quieres abandonar a tu familia?
Thomas vaciló un poco antes de responder.
    —Completamente.
    —Bien —dijo Mint—. Pues vámonos.
Y dicho aquello, espoleó a Mörk hasta que se puso a galope. En silencio empezó a alejarse de Ladja, seguida de Thomas. 

domingo, 26 de febrero de 2012

Hurme

Hurme.


El último tramo del camino se hizo extremadamente largo, Smaragdi y Lumi iban delante, preparadas para atacar si fuera necesario, Arvo las seguía de cerca, absorto en sus pensamientos, los cuales tenían que ver con lo que había dicho la maga, ¿tendría razón? O lo que era más importante: ¿Tendría alguna oportunidad de vencer? No lo sabía, pero lo más probable era que su esfuerzo fuera en vano, una banda de rebeldes no podría vencer al enorme ejército del rey. Adam pisaba el suelo fuertemente con cada paso, quería demostrarle a todos cuan de grande era su enfado, también quería darle una brutal paliza a Ikonen y encerrar a su hermana en una habitación sin ventanas, para que no pudiera verle más, el simple hecho de que Arvo y Valo se pusieran de parte de aquel imbécil hacía que le hirviera la sangre. ¿Es que estaban sordos? ¿No oían las múltiples burlas que decía y dice sobre ellos? Resopló como un toro bravo y la enorme felina giró rápidamente la cabeza para ver qué había sido aquel ruido, se encontró con una fría mirada gris, que la observaba duramente, cuando los humanos adultos se comportaban como cachorros, era mejor no decirles nada; Ikonen caminaba distraído, mirando disimuladamente a Valo cuando tenía oportunidad, la odiaba, con toda su alma, desearía poder hacerla sufrir, como él estaba sufriendo, quería hacerla pagar por lo que estaba despertando en su interior; la chica rubia caminaba mirando al suelo, pensaba en Lumi, en Smaragdi y en la magia de la primera, la envidió, y luego pensó en Aleksi, quería decir en Ikonen; parecía tener un trastorno bipolar: que si ahora la besaba, que si la insultaba, que si luego la defendía, que si al rato se reía de ella en sus narices…  Le odiaba, o bueno, eso creía ella, aunque poco a poco se iba dando cuenta de que el odio que le habían inculcado sus hermanos, no era más que resentimiento, si le hubiera odiado no le hubiera defendido de Adam, ni le hubiera acompañado a su casa y por supuesto, no habría dormido con él para protegerle del frío; además, se estaba acostumbrando a su compañía, a sus comentarios ofensivos y a las penetrantes miradas que le otorgaba, sí, estaba claro que lo que ella había considerado odio toda su vida, que en realidad había sido recelo y resentimiento, estaba dando paso a un extraño… Cariño, y eso la asustaba mucho, muchísimo.
Con cada paso, las casitas dejaban de ser simples manchas en el paisaje blanco, su forma se iba definiendo y el humo negro que salía de ellas se hacía más notable. Arvo suspiró aliviado al divisar la casa de Laila –su casa estaba un poco más alejada del resto– y sonrió levemente pensando en la chica, era una joven agradable y sus padres habían hablado de casarles, pero a Arvo no le atraía, tal vez porque era demasiado joven para él o porque no se había planteado casarse aún.
    —¿A qué te dedicas?
La suave voz de Lumi le trajo al presente, ella no le miraba pero se estaba refiriendo a él, lo sabía.
    —Soy aprendiz de herrero —dijo él vacilante—. Ayudo a mi padre y espero poder llegar a ser como él.
    —¿Es una profesión importante entre los tuyos? —preguntó Lumi, mirándole de reojo.
 Arvo se rascó la cabeza.
    —Bueno, sí. Se fabrican armas y otros objetos de metal.
Lumi sonrió levemente mientras le miraba.
    —En Metsänellver también hay herreros.
    —Lo sé, he oído hablar de las espadas que fabricáis
Ella asintió, orgullosa.
    —Son bastante diferentes a las vuestras. Nosotros empleamos magia y nuestras armas suelen ser más finas, parecidas a las de los elfos, también son más manejables y eficaces.
    —Mi padre tiene una espada de esas —dijo Aleksi—, fue un regalo.
    —¿Tu padre ha tenido contacto con los nuestros? —preguntó incrédula.
    —Sí.
    Los magos de Metsänellver no suelen relacionarse con las otras razas, es raro que tu padre tenga una de nuestras espadas.
    —Más raro es que haya entablado una amistad con un mago de Metsänellver.
Aleksi se encogió de hombros y miró con arrogancia a Adam.
    —Es que mi padre es alguien importante —dijo con sorna, Adam resopló—. Mi familia es la más rica de la zona.
    —¿Sí? —Preguntó Lumi— ¿Y a qué se dedica?
    —Es mercader, viaja mucho y ha conocido a multitud de gente, también ha viajado por las tierras que habitan los magos como tú, ahí fue cuando trajo la espada a casa.
    —Vaya, que suerte. Es fabuloso poder viajar por el mundo —la chica sonrió—. Me gustaría poder hacerlo.
    —Pero si ya lo estás haciendo —intervino Adam—, tú has viajado hasta aquí desde los Bosques del Norte.
Ella le miró.
    —No es lo mismo. Yo no viajo por gusto.
Un silencio incómodo se formó entre ellos, hasta que fue interrumpido por la voz de Valo. La chica rubia salió corriendo en dirección a su hogar, tiraba con energía del caballo, parecía que el animal no quería regresar a su mugrienta cuadra. Ella corría feliz, gritando por fin de vez en cuando, cada vez estaba más cerca y eso hacía que su grado de euforia aumentara velozmente.
    —¡Valo! —gritó Adam.
Oyó que la llamaban desde atrás, pero ella hizo oídos sordos y se dirigió rápidamente a su casa, quería ver a sus padres, necesitaba oír sus voces, aunque fuera para reprenderla por haber pasado la noche en el bosque. En una parte de su recorrido, Nougat se frenó en seco y empezó a cabecear, Valo, irritada, tiró fuertemente de la cuerda que llevaba el caballo, provocando que este se pusiera de manos relinchando fuertemente, ella cayó al suelo de culo mientras veía como Nougat se alejaba por dónde habían venido. Farfullando maldiciones se levantó y se sacudió la nieve, miró el lugar por el que se había escapado su semental blanco y se acordó de sus hermanos, ya deberían haber llegado a donde estaba ella. Frunció el ceño y le restó importancia, ya llegarán, se dio la vuelta y echó a andar de nuevo.
Cuando divisó su casa, corrió hacia ella como alma que lleva el diablo y entró por la pequeña puerta como una exhalación.
    —¡Madre! —Gritó feliz— ¡Padre! ¡Hemos vuelto!
La única respuesta que recibió la chica fue un intenso silencio.
    —¿Madre? —dijo más alto.
Esperó un par de minutos antes de volver a llamarles otra vez, pero no recibió respuesta, bueno, no le extrañaba, estarían trabajando.
Salió en dirección a la pequeña casa donde trabajaba su madre, pero al llegar, su madre no estaba allí, eso era poco común, pero seguro que estaba en la herrería con su padre. Salió cerrando la puerta lentamente y se dirigió vacilante a la forja de su padre. Atravesó una estrecha calle y luego salió a una que llevaba a la plaza de Sanum, Valo iba caminando distraída, por eso no se extrañó cuando se tropezó y cayó al suelo, emitió una maldición y al incorporarse y levantar la mirada, se encontró con una horrible escena; un grito desgarrador salió de su garganta y no cesó hasta que su voz se quebró. Tomó aire, y volvió a grita más fuerte mientras sus enormes ojos azules se llenaban de lágrimas; temblaba violentamente y estaba paralizada, delante de ella, había una enorme pila de cadáveres; la nieve de su alrededor estaba pisoteada y llena de sangre y barro, entre los cuerpos inertes, pudo diferenciar a Laila Alho, a Sami Autio y a su mujer, a una niña rubia hija de una amiga de su madre y a su padre. No podía apartar la mirada aunque era lo que más deseaba hacer, ni siquiera lo hizo cuando notó como Smaragdi la subía sobre su lomo y la alejaba de allí a gran velocidad; reaccionó por fin cuando una lanza pasó rozándolas y la kissasuuri emitió un gruñido grave con la garganta al verse rodeada por cinco hombres armados y ataviados con una cota de malla; eso no hubiera supuesto ningún problema para ella, pero ahora llevaba a una niña asustada y trastornada en la espalda, lo único que pudo hacer fue llamar a Lumi.
    ¡Lumi! ¡Necesito que vengas! ¡¡Date prisa!! ¡No sé cuánto tiempo podré aguantar!
Smaragdi no recibió una respuesta por parte de la maga, pero al poco tiempo, una ráfaga de luz blanquecina arrolló a tres de los hombres, haciendo que los dos restantes se lanzaran contra ella y contra Valo. Buscó desesperada a Lumi y al no verla, echó a correr en la dirección opuesta a la de los soldados, corrió todo lo rápido que pudo, pero no fue suficiente, una lanza le había alcanzado y se había clavado profundamente en su pata trasera derecha, gritó de dolor mientras ella y Valo caían al suelo sin poder remediarlo, la nieve de su alrededor estaba llena de su sangre y de pelo rubio, la chica estaba tirada a su lado, aparentemente, inconsciente.
    —¡Smaragdi!
La kissasuuri alcanzó a oír la voz desesperada de Lumi, estaba perdiendo sangre a una velocidad peligrosa y todo lo que estaba a su alrededor empezó a ser borroso, intentó levantarse, pero fue en vano, le dolía demasiado y no tenía fuerzas para hacerlo, se temía lo peor. Entonces, de manera involuntaria, cerró los ojos.

Abrió los ojos lentamente, le dolía la cabeza como si le hubieran aporreado con un martillo y notó que tenía una tablilla en la muñeca izquierda, desconcertada, intentó moverla, pero soltó un quejido al hacerlo, tenía un hueso roto. Miró al techo, pero no reconoció el lugar en el que se encontraba, estaba cansada y le dolía todo el cuerpo. Oyó un leve suspiro, entonces se dio cuenta de que en una esquina de la pequeña habitación, había una sombra. Reconoció los anchos hombros de su hermano mayor, estaba sentado en un viejo taburete, con la espalda apoyada en la pared y la cabeza gacha.
    —Arvo —Valo se sorprendió a sí misma cuando oyó su voz. El chico reaccionó cuando escuchó su nombre y levantó la cabeza para mirar a la chica.
    —Valo —se levantó despacio, en su rostro se formó una mueca de dolor y Valo pudo apreciar que tenía una venda llena de sangre en el brazo derecho—. ¿Cómo estás?
La chica cerró los ojos con fuerza, sus ojos se humedecieron velozmente cuando vio a su hermano, una fugaz imagen se formó en su mente.
    —No lo sé.
Él no dijo nada, se limitó a observar a su hermana pequeña, todavía no podía creerse lo que había sucedido.
    —Yo tampoco termino de creérmelo, Valo.
Valo le miró, una lágrima se resbaló por su mejilla.
    —¿Qué vamos a hacer ahora? —Sonaba desesperada—. No tenemos ningún lugar al que ir.
    —No te preocupes por eso ahora, Valo.
    —No puedo pensar en otra cosa, Arvo. ¡Estamos solos!
La joven comenzó a sollozar escandalosamente, provocando que su dolor de cabeza se acentuara más.
    —¿Dónde estamos? —Dijo cuando estuvo un poco más calmada.
    —En casa de Ikonen. Estaremos aquí hasta que estéis bien, luego nos iremos.
    —¿Estemos? ¿Acaso Adam está herido? —Preguntó nerviosa.
Arvo negó rápidamente.
    —No, no, solo tú y Smaragdi, gracias a ella y a Lumi, tú estás bien.
    —¿Qué le pasó a ella? —Su voz se quebró de nuevo y absorbió fuertemente por la nariz.
    —Le clavaron una lanza —Valo se llevó una mano a la boca—, pero no te preocupes, Lumi intervino a tiempo, está bien, un poco cansada, pero bueno, podría haber sido peor.
Valo se incorporó levemente, pero desistió poco después al notar un fuerte pinchazo en la espalda. Nunca se había sentido peor, ni física ni psicológicamente.
    —Bueno, será mejor que me vaya y que te deje descansar.
    —¡No! —Gritó—. ¡No me dejes sola, por favor Arvo! —Suplicó ella.
    —Más tarde vendré a verte, ahora necesitas descansar —y dicho aquello, se acercó a Valo y le dio un beso en la frente.
Arvo salió cerrando tras de sí, no podía más, y, apoyándose en la tallada puerta, se derrumbó. Su vida tranquila y sin preocupaciones se había esfumado tan rápido como la arena entre los dedos, y había entrado en el mundo de los adultos de manera brusca, arrastrando a sus hermanos con él. El haber visto a todos los habitantes de su pueblo, muertos, amontonados como animales, le había arrebatado su inocencia, a él, a Valo y a Adam. Si no hubiera sido por la maga, ellos habrían corrido la misma suerte que sus difuntos padres, nunca podría agradecerle que les hubiera salvado la vida.
    —Arvo.
El chico se limpió las lágrimas rápidamente con la sucia manga de su camisa y miró fijamente a Lumi, ésta tenía el rostro tenso y se le habían marcado unas arrugas en la frente, provocadas por la angustia y la preocupación.
    —¿Cómo está?
    —Mejor de lo que esperaba —respondió secamente, aunque no era su intención ser grosero.
    —Me alegro —sonrió levemente—, he preparado té, te vendría bien tomar algo caliente, tu hermano y Aleksi ya están allí.
    —Gracias —le sonrió.
    —Vamos.
Y dicho aquello, la morena le guió hasta la cocina.
Al llegar vio todo el suelo manchado de sangre y encima de la enorme mesa de madera de roble, estaba tumbada Smaragdi, respirando pesadamente. Tenía una profunda herida de la que brotaba un pequeño hilo de sangre oscura, las pequeñas gotitas rojas, resbalaban hasta llegar al suelo, formando un enorme charco de sangre, Arvo la miraba fijamente. Adam y Aleksi estaban sentados al lado de la lumbre, cubiertos con una manta y sosteniendo una taza de té humeante cada uno, Adam estaba cabizbajo, a diferencia de Aleksi, que tenía la mirada puesta en algún punto fijo de la habitación.
    —¿Cómo está?
Lumi sonrió débilmente mientras le servía un poco de té en una tacita blanca.
    —Ha tenido momentos mejores —dijo lentamente, intentando contener el llanto—, pero siempre ha sido muy fuerte, esto no podrá con ella.
    —Lumi —ella le miró—, haré lo que pueda para que se ponga bien, tú solo dímelo e intentaré hacerlo.
    —Gracias, Arvo, eres una gran persona.
Él negó.
    —Se lo debo, os lo debo a ambas. Nos habéis salvado la vida.
    —Bueno, es mejor morir ayudando a otros que morir intentando salvar tu pellejo.
Durante unos minutos, el silencio invadió la estancia, lo único que se escuchaba eran las gotas de sangre al impactar contra el suelo.
    —¿No sería mejor que le pusieras una venda? Así cortaría la hemorragia.
    —No, debe estar al aire, así la herida cura mejor.
    —Pero es malo, está perdiendo sangre.
    —Lo sé —dijo tranquila—, pero el aire elimina las bacterias, ha de estar así toda la noche, mañana le aplicaré un ungüento curativo, eso hará que la herida no tarde en cicatrizar. Siempre se hace así en Metsänellver.
Arvo dirigió su mirada hacia Lumi y tomó la taza que sostenía entre las manos.
    —Hawke —Lumi y Arvo se giraron al oír la voz de Aleksi—. ¿Cómo está tu hermana?
    —Bueno, está mejor de lo que esperaba.
    —¿Te importa si voy a verla? —su voz sonaba temerosa y temblaba ligeramente.
Arvo negó sorprendido, y Lumi y él observaron como Aleksi, cojeando, se dirigía a la habitación de Valo.
A pesar de que Adam estaba despierto, no replicó ante la petición de Aleksi, simplemente  se limitaba a observar el líquido amarillento que contenía su taza, demasiado contrariado como para decir o hacer nada.
Aleksi estaba con la mano en alto frente a la puerta de invitados de su casa, dudando de si tocar o entrar sin llamar, al fin y al cabo estaban en su casa, optó por la segunda opción y entró sin más. Valo estaba recostada en la cama, con los ojos cerrados y algún que otro pelo rubio pegado a la cara a causa de las lágrimas, tenía las manos en el regazo, por fuera de las mantas y respiraba lentamente, él cerró la puerta sin hacer ruido, mientras la miraba sin apenas respirar, y luego acercó el taburete a la cama, se sentó y se puso a observarla en silencio. Valo abrió un ojo y miró a Aleksi fijamente.
    —Siento haberte despertado.
    —No lo has hecho, ya estaba despierta.
Él asintió lentamente, sin saber muy bien qué decir, hubiera preferido que ella estuviera dormida.
    —¿Cómo te encuentras?
    —¿Cómo crees que me encuentro, Ikonen?
    —Ya—murmuró despacio—. Siento lo de tus padres.
Valo desvió la mirada.
    —Yo también lo siento—respondió en bajo.
El silencio hizo acto de presencia pero fue interrumpido cuando Aleksi habló de nuevo.
    —¿Te duele la mano? —señaló su muñeca.
    —No, solo cuando la muevo.
De nuevo, el silencio invadió la habitación, pero no era un silencio incómodo, sino todo lo contrario.
    —Bueno —dijo él—, lo mejor será que me vaya.
    —Quédate —pidió Valo—, por favor, no quiero estar sola.
    —Pero…
    —Por favor —dijo poniendo su mano sana sobre la suya.
Aleksi asintió en silencio y observó cómo, poco a poco, Valo iba cerrando los ojos para sumirse en un tranquilo sueño, estuvo a punto de irse, pero prefirió quedarse a su lado, para que cuando ella se despertara, supiera que había estado a su lado todo el tiempo, sin haberla dejado sola.